miércoles, 9 de diciembre de 2009

Fotorretrato-una mas

Imagen en movimiento, con buena luZ.

Eunice Miranda

Romualdo García

Sin duda, uno de los archivos fotográficos más importantes que sobrevivieron al paso de los años y al infortunio es el de Romualdo García Torres. Seguramente, tendría ese archivo un número mayor de fotos, y sobre todo, las impresiones de las placas y de negativos tomados en el siglo XIX si no se hubieran perdido muchas en la inundación que afectó a la ciudad de Guanajuato en 1905.

Si bien es cierto que la actividad de Romualdo es extraordinaria, no es posible dejar de señalar su visión de futuro y su capacidad para reconocer desde aquellos días el valor del trabajo que realizaba. Esto ya se había hecho evidente por su participación en la Exposición Universal de Paris en 1889, donde fue premiado, y hoy podemos confirmarlo por la cantidad de negativos que el fotógrafo coleccionó y forman parte del patrimonio de la nación como documentos imprescindibles para la historia de la fotografía en México y Guanajuato.

Por otra parte, vale la pena destacar que la fotografía, puesta en práctica en los albores de la segunda mitad del siglo XIX, amplió
las posibilidades de lo que habría sido hasta ese momento el retrato como recurso para la preservación de la memoria; retratistas-pintores los hubo muy buenos, excelentes se diría, como es el caso de Hermenegildo Bustos, pero su número fue limitado y tuvo en el azar del destino una barrera insuperable, ahí donde no llegó el genio, las imágenes desaparecieron junto con la memoria de los vivos.

La fotografía llegó tardía, pero llegó... Fue entonces posible eternizar las miradas y gestos, la indumentaria, incluso los rasgos de los niños muertos.

El fotógrafo, artista y artesano, abandonó en ocasiones el estudio para ir a fiestas y celebraciones. Las placas se fueron abaratando y además de los ricos y las clases medias pudieron tomarse fotos los obreros y la servidumbre. El fotógrafo de estudio, no sólo en Guanajuato, abrió sus puertas al público. Quien se atreviera y pudiera pagar tendría la posibilidad de mostrar a sus amigos la copia de un momento inolvidable y dejar para las generaciones futuras el testimonio de su presencia. Pero Romualdo no se conformó con imprimir las placas, su trabajo fue más allá de la labor artista-artesano; que atrapa las miradas y los gestos de sus coterráneos. Como era costumbre, el fotógrafo debía integrar a sus clientes en el escenario, proponerles poses y miradas, incluso completar su vestuario. Romualdo logró esto con gran calidad, como puede apreciarse en la pequeña muestra que este texto acompaña. Cada uno de los personajes aparece con
extraordinaria naturalidad, sin importar el estrato social al que pertenezca. La dignidad y elegancia rivalizan para darle un toque distinguido a los personajes.

Romualdo García es un fotógrafo de su tiempo y como tal nos entrega una excelente panorámica del tejido social que caracterizó a Guanajuato al final del siglo XIX y principios del XX. Los sueños y aspiraciones de una sociedad emergente pueden percibirse en este archivo fotográfico. De ahí su extraordinario valor que trasciende lo estético para convertirse en un testimonio inigualable.

Es cierto que podemos admirar el conjunto de su trabajo en la fototeca "Romualdo García", del Museo Regional de Guanajuato Alhóndiga de Granaditas, bajo la custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia. También, es posible coincidir con alguna exposición temporal donde se exhibe la obra en México y el extranjero, pero se antoja sin duda la reedición del libro con las fotografías del artista, que viera la luz en el fondo editado por el lNAH en 1981. Así, la excelente labor de la institución en materia de
fototecas se vería reforzada.

ROMUALDO GARCÍA TORRES (1852-1930)

Nació en Silao, Guanajuato. Fue llevado por su madre a la capital del estado, donde ingresó a la Escuela de Artes y Oficios. Estudió pintura y música, convirtiéndose en músico de profesión por varios años.

En la década de los 80 se inició en la fotografía y a partir de 1887 abrió públicamente su estudio, ubicado en Cantarranas núm. 34, en el primer cuadro de la ciudad. Retrató a todos los sectores de la población guanajuatense: niños, hombres, mujeres, ancianos, gente con niños muertos, etcétera. Así, se convirtió en su fotógrafo por excelencia.

Participó en concursos nacionales e internacionales, como el de la Exposición Universal de París en 1889, en el que se otorgó la Medalla de Bronce por su trabajo. Once años después, la misma exposición le entregó dos medallas y dos diplomas, mientras también fue premiado en la ciudad de México y en León, Guanajuato.

El Fondo Romualdo García compuesto por su obra (colección que da origen a la Fototeca), consta principalmente de retratos de gelatina sobre vidrio de entre 1906 y 1914.

El jardin de las delicias de Jeronimo Bosch

El jardín de las delicias es la obra más conocida del pintor holandés Hieronymus Bosch. Se trata de un tríptico pintado al óleo de 206 x 386 cm, compuesto por una tabla central y dos laterales (pintadas en sus dos lados) que se pueden cerrar sobre aquella.

Obra de gran simbolismo (que todavía no ha sido completamente descifrado), como El carro de heno y el Juicio Final, el Jardín de las delicias se sustrae a cualquier clasificación iconográfica tradicional. Se considera, no obstante, que la obra obedece a una intención moralizante que habría sido comprensible para la gente de la época; en este sentido, el propio rey Felipe II de España, alguien poco sospechoso de herejía, llegó a adquirir el cuadro como consecuencia de su interés por el mismo.

Considerada como una de las obras más fascinantes, misteriosas y atrayentes de la historia del arte, el cuadro forma parte de los fondos de exposición permanente del Museo del Prado de Madrid.

Como el resto de las obras de El Bosco, carece de datación unánime entre los especialistas, siendo una de aquellas en la que más enfrentadas están las posiciones, pues mientras unos la consideran juvenil, otros dicen que es obra de madurez. Baldass y otros la sitúan en la época juvenil de El Bosco (1485). Cinotti la sitúa en torno al año 1503. Otras fuentes hablan de hacia 1510. Tolnay y Larsen la sitúan al final de la actividad del Bosco (1514–1515). Los análisis dendrocronológicos hablan de después de 1466. En el catálogo de la exposición sobre el artista celebrada en Róterdam en el año 2001 se señala la fecha entre 1480 y 1490.

A partir de Gibson y hasta la actualidad (Hans Belting, 2002) se ha conjeturado que se realizó para Enrique III de Nassau.Los primeros poseedores de la obra fueron, pues, los miembros de la casa de Nassau, en cuyo palacio de Bruselas pudo ver el cuadro el primer biógrafo de El Bosco, Antonio de Beatis, personaje que viajaba en el séquito del cardenal de Aragón, en el año 1517. Su descripción no deja lugar a dudas de que se encuentra frente al famoso tríptico: «Después hay algunas tablas con diversas bizarrías, donde se imitan mares, cielos, bosques y campos y muchas otras cosas, unos que salen de una concha marina, otros que defecan grullas, hombres y mujeres, blancos y negros en actos y maneras diferentes, pájaros, animales de todas clases y realizados con mucho naturalismo, cosas tan placenteras y fantásticas que en modo alguno se podrían describir a aquellos que no las hayan visto».

Fue heredado por su hijo René de Châlon y después por el sobrino de Enrique, Guillermo de Orange, líder de la rebelión holandesa contra la corona de los Habsburgo. Fue confiscado por el duque de Alba, incluyéndose en el inventario redactado con tal motivo el 20 de enero de 1568. El duque dejó los cuadros a don Fernando, su hijo natural y prior de la orden de San Juan.

Fue comprada por Felipe II en la subasta de los bienes de don Fernando, y enviada al monasterio de El Escorial el 8 de julio de 1593.Se colocó en el dormitorio del rey, donde estuvo hasta su muerte. Es la pintura más famosa de la colección de nueve de Hieronymus Bosch que Felipe II reunió en El Escorial.

Al principio al cuadro se le denomina Una pintura sobre la variedad del mundo. Luego, el Cuadro de las fresas, denominación que se debe al monje del Escorial José de Sigüenza, el primer crítico de la obra. Poleró, que propone en 1912 una catalogación de las obras del Museo del Prado, denomina al tríptico De los deleites carnales. De ahí arranca su denominación actual de Jardín de las delicias o De las delicias terrenales. Fue trasladado al Museo del Prado en el año 1936 para su protección debido a la Guerra civil española. Después de la guerra, por deseo de Franco entró a formar parte de las colecciones del Prado.

Historia

Fotografia PosT-MorteM












La fotografía de difuntos fue una práctica muy extendida en el siglo XIX que básicamente, consistía en vestir a un cadáver recién difunto con sus ropas personales y participarlo de un último retrato grupal, con sus compañeros, familiares, amigos, o retratarlo individualmente. El motivo por el cual -en ese entonces- este tipo de imágenes no eran consideradas morbosas, puede deberse al ideal social que se gestara en la época del Romanticismo. En dicho período se tenía una visión nostálgica de los temas medievales, y se concebía la muerte con un aire mucho más sentimental, llegando algunos a verla como un privilegio.

La Fotografía de difuntos es una práctica que nace casi con la misma fotografía (un 19 de agosto de 1839) en París, Francia, pero luego se extiende rápidamente hacia otros países.

El hecho de fotografiar muertos tiene antecedentes pre-fotográficos en el Renacimiento, donde la técnica era el retrato por medio de la pintura en el llamado memento mori: otra técnica de la época medieval donde se concebía que el fin era inevitable y había que estar preparados.

Los difuntos, por otra parte, eran sujetos ideales para el retrato fotográfico, por los largos tiempos de exposición que requerían las técnicas del siglo XIX. En la toma de daguerrotipo la exposición seguía siendo tan larga que se construían soportes disimulados para sostener la cabeza y el resto de los miembros de la persona que posaba evitando así que ésta se moviera. Las fotografías de difuntos los muestran "cenando" en la misma mesa con sus familiares vivos, o bebés difuntos en sus carros junto a sus padres, en su regazo, o con sus juguetes; abuelos fallecidos con sus trajes elegantes sostenidos por su bastón. A veces, agregaban elementos icónicos -como por ejemplo una rosa con el tallo corto dada vuelta hacia abajo, para señalar la muerte de una persona joven, relojes de mano que mostraban la hora de la muerte, etc.

En el siglo XIX, era una práctica muy común, de hecho en un extracto de "El Nacional", un diario de 1861, se publicaba que el fotógrafo Francisco Rave y su socio José María Aguilar... "Retratan cadáveres a domicilio, a precios acomodados...". Este tipo de publicaciones era la forma en que habitualmente promocionaban sus servicios los fotógrafos en el siglo XIX.

Angelitos era la forma en que en el siglo XIX se conocía a las fotografías post mortem de niños, teniendo en cuenta la gran cantidad de estas por el alto indice de mortalidad infantil de dicha época, dado por los escasos recursos médicos en esos tiempos entre otras cosas. Una familia común sumaban entre 8 y 10 hijos de los cuales solían fallecer la mitad. Tomando en cuenta ese contexto, las fotografías del niño fallecido junto a sus padres y/o hermanos estaban comprensiblemente aceptadas. En la cultura religiosa catolica de america los niños que morían sin pecado original por haber sido bautizados y sin ningún otro pecado en vida, iban directamente al cielo para convertirse en Angelitos, en cambio, los que no habían sido bautizados eran enterrados con los ojos abiertos para que pudiesen ver la gloria del señor, el fotógrafo mexicano mas famoso en este tipo de fotografía es Juan de Dios Machain de Guadalajara.

En 1848, Tomas Helsby ofrecía este tipo de retratos al igual que Bartola Luigi con su socio Aldanondo Antonio, que en 1856 instalaron su estudio especializandose en retratos post mortem. Daviette, de nacionalidad francesa, en conjunto con el profesor Furnier ofrecían en Perú entre los años 1844-46, los servicios de fotografías de difuntos en la cual recalcaban con avisos en el diario local la posibilidad de inmortalizar al ser querido. En dichos avisos él mismo se anunciaba como "artista fotogénico" recien llegado de Paris,el cual, se encargaba de "retratar los difuntos como cuadros al oleo".

En argentina, el concepto de la fotografía mortuoria comenzó a tener otro sentido en el momento en que estas, comienzan a parecer en los medios de comunicación masivo, ya que en el comienzo tenía una relación directa y personal, eran pedidas por los familiares del difunto representado con el fin de inmortalizar la figura del ser querido. Por otro lado, la fotografía de los muertos en los medios de comunicación, pasaba a tener una relación indirecta con su receptor, ya que fue tomada para ilustrar un suceso periodístico ofrecido en el mercado, para un lector anónimo, el cual no es afectado directamente por el hecho.

Las fotografías mortuorias mas conocidas e importantes de la época en argentina, fueron la de Sarmiento y Mitre, entre ambas fotografías, podemos notar diferencia en cuanto a su realización y la técnica. Un ejemplo claro de esta última, la de Sarmiento, fue tomada por un profesional de estudio, con cámara de placa, una escena premeditada relacionada directamente con la imagen que se quería mostrar del prócer para la posteridad. En cambio la fotografía de Mitre fue realizada espontáneamente en su lecho de muerte en plena agonía como para dejar registrado el momento exacto de su muerte, fue registrado con un sentido mas periodístico, la pieza es una ampliación muy retocada con tempera blanca, propio de las fotos preparadas para una edición periodística. Es importante observar que la imagen fotográfica es el medio mas propicio para convertir la escena privada en un escenario público.

Las primeras fotos de difuntos en los medios de comunicación en Argentina fueron publicadas en la revista Caras y Caretas (primera revista ilustrada importante del país) en la cual este tipo de fotos fue habitual desde sus comienzo en 1898, que con el pasar de los años fue incrementando la cantidad de imágenes publicadas.

Las imágenes de todos los cadáveres publicados pertenecen a individuos que fueron noticias de carácter público por lo que hicieron en vida, sea bueno o malo. Con el paso de tiempo, se fue perdiendo el concepto inicial de fotografía mortuoria hasta el punto de llegar a ser repudiada, y volviéndose cada vez más sensacionalista.

Actualmente esta práctica ha desaparecido, aunque en ciertas regiones se suele fotografiar a los niños recién nacidos fallecidos. Si bien no es el único género fotográfico que ha sufrido modificaciones sustanciales en el siglo XX (la fotografía de eventos sociales tiene un antes y un después con la aparición del fotoaficionado), la particularidad frente a la fotografía de difuntos es que la sensibilidad contemporánea es totalmente ajena a sus motivaciones y estas fotografías se han convertido en una práctica impensable con un ser querido.

Una de las teorías que tratan de explicar este fenómeno social argumenta se desarrolló en una época en que la fotografía no era habitual ni estaba popularizada como en el presente, de tal modo que mucha gente moría sin haber podido ser retratado en vida. De ahí que muchas familias desearan fotografiar "post mortem" a sus seres queridos para que todo el mundo supiera que esa persona había pertenecido a aquella familia. Después, a lo largo del siglo XX esta práctica se iría paulatinamente abandonando, gracias a la "democratización" de la fotografía; aunque sigue estando presente en ceremonias reales y velatorios de personajes públicos de la sociedad: artistas, políticos, etc. y, con una función diferente, en el ámbito forense.